Entre el humo, los fuegos de artificio, el meneo sexuado de los bailarines y la música ensordecedora, anoche Wisin y Yandel regalaron un recital caliente y frenético, que demolió a las 5 mil jóvenes y criaturas que los fueron a ver al Orfeo.

Al cierre de esta edición (largaron con una hora de atraso), cuando todo el mundo se preparaba para disfrutar de Abusadora, el clásico más clásico, los dos portorriqueños seguían haciendo gala de un estado físico comparable al de un corredor de Fórmula Uno.

Los morochos son tan incansables como monotemáticos: cuando les tocó hablarle a la gente, todo giró en torno a las “hermosas” mujeres cordobesas, al amor, a lo piola del público cordobés y al agradecimiento a los padres por traer a sus hijos a este rompedero de tímpanos. Igual, la gente estaba chocha. Tanto con los temas movidos (Pegao, Noche de sexo, Abusadora, y muchísimas más) o con los lentos (los menos, entre ellos Dime qué te pasó, Lloro por ti).

Había que ver a todas esas criaturitas acompañadas de papá o mamá, completamente lookeadas, meneándose al ritmo del reggaetón. No había letra que no se supieran, y ni qué hablar de los meneos.

A todas luces, un espectáculo que tendría que estar vedado a mayores de 35 ó 40 (total, igual no van). Ruidosa por donde se la mire, la banda no deja de sonar bien, con una batería sólida, bajo, varios teclados y el loco de la doble bandeja que le pone bastante “ayudín” para que la ropa flamee como si soplara el más fuerte de los vientos de este otoño.

Así, bien de sapo de otra zanja, uno se va a casa con la sensación de que lo de estos tipos es cosa seria para mucha gente. Anoche, muchos, unos 5 mil, salieron del Orfeo extasiados, ya no viendo la hora de que vuelvan estos dos, o Daddy Yankee, o el traicionero de Don Omar (nos dejó clavados en diciembre y febrero), o cualquiera de estos monstruos sagrados de la canción centroamericana. Y uno, sacudiendo un poco las orejas, se queda con la sensación de que, en lo suyo, estos dos morochos son muy buenos